martes, 2 de octubre de 2007

Caput

La espiral del asalvajamiento parece no detenerse jamás. Hace tan sólo dos días estábamos en la casa del lago de unos millonarios salvadoreños, con tres mayordomos sirviéndonos uvas, comiendo la pera con cuchillo y tenedor, "living la vida loca" y montando en yate, y hoy andábamos de nuevo en medio de la selva, caminando con un calor asfixiante y con barro hasta las rodillas. Por supuesto, en todo el día hemos comido tres galletas, una magdalena y una raja de piña. Así ha terminado mi ropa al término del paseo:


Sin embargo, las consecuencias hoy han tenido un alcance más dañino que en otras ocasiones. En uno de los resbalones mortales en medio del fango me he pegado la toña de mi vida (afortunadamente sin consecuencias físicas graves). La fortuna que han tenido mis huesos no ha sido tan complaciente con mis gafas, puesto que según me levantaba del suelo cagándome de risa me he dado un cabezazo con Mikel (que viendo que había sobrevivido se descojonaba con la misma intensidad que yo), y la patilla de la montura ha quedado seriamente dañada. Intentándola poner en su sitio, uno de los cristales ha saltado por los aires, con lo que ahora voy por la vida en plan miope, al menos, hasta que logre encontrar algún manitas que logre colocar la lente en su lugar natural.

Afortunadamente, todos estos dramas nunca están exentos de recompensa, que en esta ocasión ha llegado al alcanzar el alto de la montaña y contemplar la garganta de Semuc Champey, por donde transcurre el río Cahabon sobre unas cuevas subterráneas formando pozas naturales en la roca caliza. El posterior baño también ha ayudado a relativizar la magnitud de la pérdida, pero bueno, como bien ha indicado Ángela, suficiente han aguantado las pobres gafas, mil veces olvidadas en cibercafés de diversos lugares del mundo, sumergidas en piscinas, caídas en charcos, pisadas y maltratadas de la forma más diversa.



And the radio plays:
How my heart behaves. Feist