lunes, 1 de octubre de 2007

El gavilán del norte

Por delante

Por detrás (trís trás)

Por dentro

En los países centroamericanos nos está resultando de lo más difícil mantener el equilibrio entre el ahorro y la comodidad. La cuestión es que no queremos gastar tanto como cuestan las líneas directas, pero tampoco podemos permitirnos (por cuestiones de tiempo, principalmente) viajar en busetos cochambrosos, de pie, más apretados que en el metro de Tokio en hora punta, a 35 ºC durante las catorce horas de media que son necesarias para recorrer tan sólo 100 kilómetros de trayecto, por carreteras de terracería y, por supuesto, parando cada cinco metros a recoger a señores que van saliendo de todos los rincones del camino.

La mayoría de las veces, en nuestro intento por mantener dicho equilibrio, nos acaban timando. Y eso que pensábamos que en México ya lo habíamos visto todo en transportes y que nadie nos la iba a jugar con tanta experiencia como hemos acumulado, pero se ve que estábamos muy equivocados, porque siempre nos acaban dejando en pueblos que no son, o nos hacen coger otros autobuses o tardan cinco horas más de lo convenido.

Una combinación de todo lo anterior fue lo que nos pasó con el Gavilán del Norte, un autobús, supuestamente directo, en el que pasamos el otro día 13 horas para viajar desde León (Nicaragua) hasta San Salvador (El Salvador). El tipo que nos vendió la moto nos comentó de pasada que el único inconveniente del autobús era que no tenía baño ni aire acondicionado, una forma muy delicada de adornar la realidad.

El problema con este tipo de cosas es que la persona con la que tú haces el trato y llegas a un acuerdo, al cabo de diez minutos y siempre gracias a nuestra falta de reflejos, acaba evaporándose en una red de personas encargadas del tinglado que van pasándose el relevo y que no tienen ningún compromiso contigo. Así que "ni modo" de reclamar, porque, ¿qué le vas a contar al conductor del bus, que sólo te conoce porque allí te ha llevado un tipo que te ha presentado el taxista contratado por el hombre que te aseguró que aquel bus era directo?

Tras seis pasos aduaneros, mil revisiones de nuestros pasaportes y otras tantas paradas estratégicas en poblachos donde se metían una media de cuatro vendedores de pan de leche, trabamos amistad con la mitad de los pasajeros que acabaron por descubrir que quedarse con nosotros era lo más entretenido que se podía hacer, especialmente, haciendo cálculos sobre la hora a la que íbamos a llegar: "Antes de la 1 de la mañana no llegamos", decían unos. "¡Nooo, hombre! A las 5 de la tarde pasamos la frontera de Honduras y a las 7 ya estamos allí", aseguraban otros, tratando de tranquilizarnos. "Yo creo que a las 22.45 estamos", sentenciaban los más audaces, dando nociones así de exactas.

En fin, la jornada acabó justo como no queríamos bajo ningún concepto: tirados en medio de una carretera, junto a una gasolinera en San Salvador (una ciudad bastante peligrosa, por cierto, con muchos de sus barrios completamente tomados por las maras) a las 23.00 horas.

"¡Tranquilos, que no os va a pasar nada!", nos dijo a modo de despedida el capitán del Gavilán del Norte (se me ha olvidado mencionar que en el autobús había cinco empleados cuyas funciones no acabamos de determinar con exactitud). "Crucen y métanse en la gasolinera, que este barrio es muy peligroso", agregó a continuación el que bajaba las maletas por lo bajini.

La gente nos decía adiós por las ventanillas mientras continuaban en su camino rumbo a Guatemala y nosotros, como suele pasarnos cada vez que nos engañan con tanto encanto, en vez de cagarnos en su calavera, volvimos a vernos embargados por esa especie de tierno síndrome de Estocolmo que nos despiertan "malandrines" de diversa calaña.