martes, 3 de julio de 2007

"Arriba los de abajo"


La verdad es que no esperábamos nada. Supongo que contagiados por:

a) Un descreimiento que, inconscientemente, nos lleva a una postura de cierto cinismo ante cualquier iniciativa que suene utópica.

b) Cierto miedo a que todo movimiento de izquierdas salido de Latinoamerica acabe desembocando en otro populismo más. Excusa perfecta, por cierto, para desacreditar cualquier cosa que no sea la socialdemocracia de toda la vida.

En fin, que me voy por las ramas...

López Obrador llegó al Paseo de la Reforma a pie, por una calle adyacente que desembocaba justo en el punto en el que estábamos nosotros (siempre en el lugar adecuado y en el momento preciso). Como si bajara a comprar el pan y el periódico. Primera sorpresa.

El recorrido estaba ya tomado por una multitud de lo más heterogénea y hasta los perros portaban las banderas amarillas del PRD. Las calles de México, feudo electoral de López Obrador, son suyas y salta a la vista.

La gente lo adora y, un año después, lo siguen llamando "Presidente", con la esperanza verdadera en algún milagro (el deseado recuento de los votos negado por Instituto Federal Electoral, tal vez) que Felipe Calderón, el "pelele" y "espurio", no acabe su sexenio. Están hartos. Consideran que con un "robo" es suficiente y que ya ha llegado el momento de que un gobierno de izquierda gobierne por fin México.

El Zócalo de la Ciudad de México, la cuarta plaza más grande del mundo, esperaba lleno a rebosar a AMLO (todavía no entiendo esa manía tan mexicana de formar acrónimos con las iniciales de sus políticos). Alguien había colgado enormes retratos de Marx, Engels, Lenin y Stalin: el abecé del comunismo ondeaba al viento en blanco y negro, como reliquia del pasado, frente a la fachada de la Catedral.

"Esta historia no ha terminado de escribirse. Andrés Manuel López Obrador es nuestra esperanza". Tras estas palabras de Elena Poniatowska, vieja gloria intelectual de México (o miembro de la intocable "red set", como leí el otro día, según se quiera ver), llegó la alocución de López Obrador.

Siendo sinceros, nosotros esperábamos la continuación de la pataleta por la pérdida (fraudulenta o no, ahí no me meto) de la presidencia, teñido con ciertos aires de egocentrismo o cierta megalomanía. Al fin y al cabo, no deja de ser alguien que se ha autoproclamado "Presidente legítimo de México".

Pero no. Fue un discurso de oposición de manual. Crítico e implacable, pero desde la moderación, centrado en los problemas coyunturales del país, con guiños a movimientos sociales (Atenco, Oaxaca...) y haciendo un llamamiento a la clásica revolución "desde abajo".

“Hemos resistido y venceremos”, insistía mientras el público jaleaba emocionado a unas palabras que resonaban en la fachada de ese Palacio Nacional que, de momento, no ocupará.

Tampoco se dejó en el tintero las recientes violaciones de los derechos humanos perpetradas por el Ejército, como el asesinato de una familia entera a manos de un retén en Sinaloa o el homicidio y violación de Ernestina Ascensión Rosario, indígena nahua de 73 años procedente de la Sierra de Zongolica.

Evidentemente, estas concentraciones ya no son las del año pasado, pero algo queda. Esas cien mil personas que acudieron el domingo a arropar al candidato derrotado para repetirle que no está solo, tienen esperanza para rato. Y, parafraseando al revés la frase de Unamuno, Obrador no vence, pero les convence. Quizás eso sea lo verdaderamente importante.

Órale.

[Dejo el fragmento final del discurso. La calidad es mala, porque he tenido que reducírsela para subirlo y, en varias ocasiones, se cruzan cabezas de periodistas afanados en conseguir la instantánea perfecta]