miércoles, 14 de marzo de 2007

Vivir para ver


El hombre del micrófono, llamado Tomás, logró el otro día que el pueblo de Azumbilla entero montara en cólera. Un vecino lo pilló de madrugada intentando sacar su ranchera de un cerro en el que hacía una semana habían encontrado unas cruces y unas ofrendas un tanto extrañas.

La gente de los pueblos en esta zona es tremenda y tiene más carácter que Chicho Terremoto y Chavela Vargas juntos, así que ni cortos ni perezosos decidieron retenerlo hasta que les diera una explicación satisfactoria.

Para cuando yo llegué, a las 12.00 del mediodía, pensando que era una toma de Palacio como otra cualquiera (nos llamaron diciendo que habían encontrado oro, lo que hace la gente para atraer a la prensa no tiene límites), el tipo estaba todavía encaramado a la barandilla del Palacio municipal, cerrado a cal y canto para protegerlo de los habitantes que le gritaban de todo menos “guapo”. A saber cuántas horas llevaba el pobre desgraciado asomado al balcón intentando explicarse.

El presi municipal –el gordito de la gorra- a ratos no podía aguantarse la risa, aunque trataba de hacer las clásicas declaraciones tranquilizadoras típicas de autoridad paternalista adoptando un tono lo más serio que la situación le permitía.

El tal Tomás enseguida admitió haber colocado las cruces y la ofrenda en el cerro. Pero, amiguitos, agarraos los empastes antes de escuchar su versión. Contó detenidamente cómo la primera vez que visitó la zona, en compañía de un constructor que le invitó a colaborar con él en un negocio de extracción de piedra de la cantera, empezó a sentirse mal porque un espíritu le había poseído exigiéndole que llevara aquellos objetos hasta allá.

Asimismo, relató cómo durante aquella madrugada se encontraba conduciendo su vehículo camino a Córdoba cuando empezó a encontrarse mal de nuevo. Según él, cuando recuperó la conciencia, ¡sorpresa!, estaba en el cerro.

Sin embargo, a pesar de que a todas las evidencias apuntaban a que este tío estaba pasado de rosca, los del pueblo en lugar decir “oh, se trata sólo de un loco, dejémosle tranquilo” se introdujeron sin ningún tipo de problema en un debate dialéctico en torno a la figura del espíritu.


Así, le gritaban: ¡Pero si el espíritu te pide cosas es porque tú le has dado algo antes!” o “Hemos vivido aquí siempre y a nosotros no nos ha jalado, ¿por qué a ti sí?”.

Mientras tanto, insistían en que si Tomás bajaba no correría ningún peligro y que sólo querían seguir hablando con él, pero ahí hasta el gato sabía que para ese hombre poner un pie en la calle equivalía a un linchamiento en toda regla.

A todo esto, no había manera de enterarse de qué era lo que realmente molestaba tanto a la gente: el que quizás se estuvieran saqueando materiales de la zona y que este tío estuviera montando un “fake” admirable o el que se introdujeran elementos malrrollistas paganos como son las ofrendas a espíritus, algo no muy bien acogido en una población tan católica y con una tradición religiosa tan arraigada.

Y después llegaron los de gobernación del Estado, y representantes del Ministerio Público, y la tele, y el Sol, y los niños correteaban entre sus padres encolerizados, y los perros pulgosos movían el rabo ante tanta algarabía.

Y yo, una vez más, como en una película de Buñuel.

México bárbaro, bárbaro…

And the radio plays: Day two. Explosions in the sky